Caminante inerte de un compás de pasos acostumbrados y aterrorizados, vas sin rumbo fijo, huyendo de dolores, en las profundidades de tus murallas, donde tu seguridad son los muros, donde las balas no penetran, donde cómodamente te acostumbras, a la soledad de tus pensamientos y las manos vacías de un frio invierno. A veces hinca y duele la compañía, ella está, pero no se siente, esa que ríe, pero contigo, ha sido la costumbre quien arropa los miedos y sin sabores cada mañana, cada año, cada temporada, ha sido apagado el deseo de soñar, se sienten aquellas mecedoras, lejanas casi en tierras desconocidas. Hubo un soplo, un sonido, una sorpresa, alguien pasó, sé que alguien entro, ¿cómo lo hizo? ¿En qué momento? No pude ver sus pasos, cuando lo vi me sorprendió su valentía, como quien sube al castillo a salvar a una damisela en peligro, sé que suena absurdo, aun en mi condición, pero mis ojos lo encontraron. En el silencio del mundo, en el ruido de los disparos en
Fuertes vientos azotaban la casa, no recordaba un invierno así en mis décadas pasadas, podía ser el final y si no el final, un fatídico inicio de este, todo podía estar peor me repetía una y otra vez, pero en retrospectiva no encontraba algo peor que eso. No eran gritos, ni la voz de un acompañante, eran mis dientes que crujían una y otra vez al encontrarse frente a frente en mi titiritar de frio, aun mis dedos los sentía rasgarse por el entumecimiento de mis manos, y mi rostro blanco como el papel era cortado por gélidas corrientes de viento. Sentía la boca reseca del miedo, el terror nocturno se apoderaba de mí, sentía como me sumergía en la desesperanzadora niebla aun sin moverme un paso, no había luz a mi alrededor, no encontré un vástago de calor, solo granizo veía desde mi ventana. Era una vista superficial y vacía, no había calor en ella, todo se destruía al paso de la corriente, vi el inicio pero no imaginaba que algo de esta magnitud llegara a su fin,